¿Qué se sabe del niño succionado por una alcantarilla?
El lunes 24 de febrero de 2025, La Habana se vio sacudida por una tragedia que, lamentablemente, refleja los riesgos asociados con las lluvias intensas y las precarias infraestructuras urbanas.
Jonathan, un niño de apenas once años, perdió la vida tras ser succionado por un tragante durante las inundaciones que afectaron a varias zonas de la ciudad.
El niño vivía en las cercanías del Parque de Fábrica, en el barrio de Luyanó, municipio 10 de Octubre, y como muchos otros niños, regresaba a su casa después de la escuela cuando se vio atrapado en la inesperada inundación.
La zona de Concha, Vía Blanca y la calle Villanueva es conocida por su tendencia a inundarse, especialmente cuando las lluvias son fuertes. En ese momento, Jonathan se encontraba en esa área, muy cerca del Hospital Miguel Enríquez, donde su padre, un médico fisioterapeuta, trabaja.
Los padres de Jonathan, Roly y Yami, siempre cuidaron de su hijo, pero este trágico accidente ocurrió en un contexto donde las condiciones fueron tan extremas que ni siquiera la previsión pudo evitarlo. La corriente de agua que provocó la inundación también desplazó una tapa de alcantarilla, lo que abrió el paso a una tragedia de rápida ejecución.
El niño, conocido cariñosamente como «Papito» por su familia, fue engullido por la alcantarilla, y en cuestión de segundos, ya no estaba visible. El hecho quedó registrado en un video que una mujer filmó mientras observaba la inundación. Aunque no se percató de la desaparición de Jonathan en el momento, las personas presentes en el lugar sí fueron testigos de cómo el niño fue arrastrado por el agua hacia la alcantarilla. El video, ahora viral, ha servido como testimonio de este trágico suceso.
Al principio, sus padres reportaron la desaparición del niño al no verlo regresar a casa. Con el paso de las horas, la angustia fue aumentando, y fue gracias al video filmado por la mujer que pudieron identificar la ropa y la silueta de su hijo, confirmando lo que temían: Jonathan había sido tragado por la alcantarilla.
Los equipos de rescate informaron que en horas de la tarde del martes 25 de febrero habían localizado su cuerpo. Hasta ese momento habían revisado todas las alcantarillas de la zona, en busca de una salida común hacia la bahía de La Habana.
Viralizar el dolor
Este tipo de tragedias refleja también una problemática mayor, que involucra la falta de infraestructura adecuada en áreas vulnerables, pero además, plantea un debate sobre el uso de las redes sociales.
El video de la tragedia de Jonathan, aunque grabado de manera casual, rápidamente fue compartido en plataformas digitales, generando una avalancha de visualizaciones.
Este fenómeno plantea una reflexión ética sobre la grabación y difusión de imágenes de dolor humano. Si bien la tecnología permite compartir información y documentar hechos, también pone en evidencia la cosificación del sufrimiento humano por el afán de viralidad.
No es la primera vez que nos enfrentamos a este dilema.
En ocasiones anteriores, hemos sido testigos de cómo situaciones similares, como el accidente aéreo de mayo de 2018 o un incidente reciente en el malecón, fueron grabadas y difundidas en redes sociales sin que las personas involucradas buscaran ayuda, sino que se dedicaron a registrar el sufrimiento.
Esta práctica refleja un cambio cultural global que empieza a permear también en Cuba, un país con una tradición de solidaridad y humanidad, valores que, desafortunadamente, parecen diluirse en la búsqueda de la viralidad.
El dilema es claro: ¿debemos compartir estos videos o, más bien, deberíamos reflexionar sobre el impacto que tienen en las víctimas y sus familias?
La respuesta radica en entender que, detrás de cada video, hay una persona, una familia y una historia que merece respeto. Las redes sociales deben ser usadas para educar, denunciar injusticias y promover valores éticos, no para mercantilizar el sufrimiento.
En este sentido, el caso de Jonathan nos recuerda que las redes sociales no solo deben ser un medio de entretenimiento, sino también una herramienta para el bienestar social. Las plataformas digitales tienen el poder de conectar, pero también la responsabilidad de ser utilizadas con ética y responsabilidad.
Es hora de que todos, como sociedad, reflexionemos sobre cómo compartimos el dolor ajeno y el respeto que debemos brindar a quienes sufren.
Al final del día, la verdadera pregunta es: ¿somos cómplices del dolor ajeno si difundimos estas imágenes sin conciencia de sus consecuencias? Recordemos que ningún «like» o «compartir» vale más que una vida humana.
Cómo se habría podido identificar al niño sin haber documentado antes el incidente?