La zafra de la vergüenza en Cuba: un colapso histórico
La industria azucarera de Cuba, otrora un pilar de la economía y símbolo de identidad nacional, enfrenta un colapso sin precedentes. La zafra 2024-2025 se ha catalogado como un desastre histórico, marcando los peores resultados de producción en más de un siglo y evidenciando una profunda crisis estructural.
Te mostramos todos los detalles en el siguiente video:
Un desastre en cifras: la producción se desploma
Los datos de la última campaña azucarera son contundentes y reflejan la magnitud del fracaso. De los 14 centrales que participaron en la molienda a nivel nacional, solo uno, el Melanio Hernández en Sancti Spíritus, logró cumplir con su plan de producción establecido.
El resto de las provincias con tradición cañera mostraron un rendimiento alarmantemente bajo. Villa Clara apenas alcanzó el 38% de su meta, mientras que Granma se estancó en un 27%. La situación fue aún más crítica en Camagüey, con solo el 19% de su plan, y en Las Tunas, que registró un exiguo 11%.
El plan nacional aspiraba a producir 265,000 toneladas de azúcar, una cifra ya de por sí modesta. Sin embargo, las estimaciones finales apuntan a que la producción real apenas alcanzó las 100,000 toneladas. Este volumen no solo es inferior al de la zafra anterior, sino que representa una regresión a niveles de finales del siglo XIX.
Las raíces de la crisis: más allá del bloqueo
Aunque las autoridades gubernamentales señalan al embargo estadounidense y a la falta de financiamiento como causas principales —admitiendo que solo contaron con el 10% de los fondos necesarios—, los analistas apuntan a problemas más profundos y de larga data que han llevado al sector a su estado actual.
La falta de materia prima es uno de los factores clave. Los campos de caña sufren de abandono, con una creciente presencia de marabú, debido a la escasez de fertilizantes, pesticidas y combustible. A esto se suma la obsolescencia tecnológica de la industria, con centrales que superan los 100 años de explotación y sufren roturas constantes sin piezas de repuesto.
Asimismo, la «descapitalización» del recurso humano ha sido un golpe devastador. La fuga de ingenieros, técnicos y obreros agrícolas en busca de mejores oportunidades laborales ha dejado al sector sin el personal calificado necesario. Decisiones estratégicas pasadas, como la «Tarea Álvaro Reynoso» en 2002 que cerró decenas de centrales, son vistas como el punto de inflexión que aceleró la destrucción del tejido productivo.
Impacto directo en el bolsillo y la mesa del cubano
Las consecuencias de este colapso se sienten directamente en la vida diaria de la población. La ironía más grave es que Cuba, que fue la «azucarera del mundo», hoy debe importar azúcar para intentar suplir la canasta básica, y aun así la distribución es irregular e insuficiente.
Esta escasez en el mercado regulado ha disparado los precios en el mercado informal, donde un kilogramo de azúcar puede costar entre 600 y 1,500 pesos. Esta cifra es inasumible para la mayoría, considerando que la pensión mínima de un jubilado es de 1,528 pesos. El salario promedio tampoco alcanza para cubrir una canasta básica familiar calculada a precios informales, que supera los 24,000 pesos.
Este fenómeno es solo un síntoma de una crisis sistémica más amplia, agravada por apagones de más de 20 horas, un sistema de transporte deficiente que impide la distribución de cosechas y una notable caída en los ingresos por turismo.
Planes y promesas frente a una realidad inmutable
Frente a este panorama, la respuesta gubernamental se ha centrado en anunciar «planes estratégicos» y «programas de innovación», buscando atraer inversión extranjera y diversificar la producción con derivados de la caña. Estos discursos, sin embargo, han sido recurrentes durante años mientras la producción continúa en caída libre.
Analistas independientes sostienen que ninguna inversión podrá rescatar la industria sin acometer cambios estructurales profundos. Señalan la necesidad de una mayor libertad económica, de superar el modelo de propiedad estatal que limita la iniciativa y de reformar la burocracia que paraliza al sector productivo. Mientras el modelo de planificación centralizada no se modifique, la crisis del azúcar amenaza con perpetuarse.